Me he vuelto muy fan de La Voz.
Y no es que me guste mucho el programa. Pero coincide justo con el único momento de la semana, el viernes por la noche, en el que me puedo esplochar (de esploche, dícese de la acción de acomodarse gatunamente en el sofá con la firme convicción de que de aquí no me levanta ni la guardia civil).
Total, que me esplocho y empiezo a zapear. Y estoy flanqueda por dos niños. Y estoy hasta el pirri de Netflix. Y soy muy, pero que muy adicta a la música. Total, recalo en La Voz.
El protagonista de La Voz es el rechazo. Es un programa hecho por y para rechazar. Bueno. Está claro que no todos pueden entrar, no todos pueden llegar a la final, no todos pueden ganar.
Pero lo lacerante, lo penoso, lo desazonador no es eso. Es el rechazo al rechazo por parte de los concursantes y también de los coaches, que no sé que es peor. Es la negación del fracaso. Es la patética insistencia en decir que “sólo por estar aquí ya has ganado”. Es la falsa promesa del que dice “no dejes de luchar, porque lo conseguirás”.
Es mentira. A veces no se consigue. Muchas. La mayoría.
Y eso no es agradable. Eso es triste. Es oscuro. Es feo.
Estamos en un sistema en el que lo triste, lo oscuro, lo feo, está mal. En el que el fracaso no se asume y se tapa, se disfraza con frases como “Todo pasa por algo”, “Esto no es el fin”, “Yo voy a seguir luchando”…
Placebo para un corazón en el que la ilusión se está apagando como una vela apunto de consumirse.
Mirar de frente al fracaso es de ser muy valiente.
Por eso, cuando Dolores, madre de una niña de 4 años, que acababa de cantar hacía unos minutos ese bolero tremendo que se llama Piensa en mí, con el que, por lo menos a mí, me había puesto todos y cada uno de los pelos de mi cuerpo de punta, no fue elegida para continuar en el programa y con la mirada baja, casi en un susurro, dijo “No lo he conseguido”, me dije a mí misma: ole tus co**nes.
Porque la salida más fácil al dolor de ver tus esperanzas truncadas, no es afrontar el fracaso. Es autoengañarse con el espejismo de nuevas oportunidades, de seguir dando alas a un sueño que en la mayoría de los casos, por desgracia, no se cumplirá.
Pero Dolores lo hizo. Miró de frente al moderfucker, de tú a tú, con esa familiaridad que sólo tienen los que ya se han enfrentado a él. Con la serenidad de quien sabe lo que viene después.
Y por eso Dolores quizás, sea una de las pocas personas que logre conseguir su sueño. Porque enfrentarse al fracaso, medirse de con él, es la única manera de vencerlo. De reinventarse. Y seguir aprendiendo.
Quizás hoy, no lo consiga. Quizás mañana tampoco. Ni pasado. Pero de cada batalla saldrá reforzada. Cada vez más preparada. Cada vez más fuerte. Y tal vez, sólo tal vez, sea ella quien finalmente, gane la guerra.